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lunes, 30 de enero de 2012

River 0 - 1 Boca - Vuelta Copa Luis B. Nofal 2012

Siempre Boca
Efectividad. Esa fue la principal virtud del equipo de Falcioni: llegó dos veces , hizo un gol y festejó. River jugó mejor, pero no tuvo definición.
La fiesta no termina, Boca. El título, después de tres años de ostracismo doméstico, todavía le hace cosquillas en la panza a esa marea azul y oro que se agita aquí, al pie de la Cordillera. Los brazos de Julio César, el Emparador que rescató de las ruinas lo que alguna vez fue un verdadero imperio, se pierden en la noche de Mendoza. Y la yapa que ofrece el verano es la continuidad de un sueño, otro éxito ante el rival de toda la vida, sin ningún rasgo de piedad. El segundo en cuatro días. Para ganar la Copa Luis Nofal. Para ilusionarse con los trofeos que valen puntos y gloria, como la Libertadores, la Argentina, el torneo Clausura. Para gozar como nunca. O como ya es una costumbre. La pesadilla no tiene fin, River.

¿No era suficiente la B Nacional? ¿No bastaba con jugar ante Deportivo Merlo, Desamparados o Patronato, con todo el respeto que se merecen? ¿No había sido demasiado perder contra el homónimo correntino? Y encima se lesionó David Trezeguet. Sí, ni un poco de amor francés. Y ahora se viene Almirante Brown, en Casanova. Y el ánimo por el piso. Y las dudas que emergen en un momento crucial. Mereció más, es cierto. Pero su adversario fue más efectivo. Frustrante de punta a punta fue el partido para River. Al margen del resultado. Porque tuvo el control de la pelota la mayor parte del partido. Porque intentó llegar al arco de Sebastián Sosa con un mayor sentido colectivo. Sin embargo, le faltó explosión en el área.

Y a Boca no se le puede perdonar la vida. Entonces, es lógico lo que sucedió en el capítulo inicial del Superclásico. Casi una fotocopia de lo que se vio en Resistencia. En la primera llegada a fondo, el campeón encontró el gol con dos Pablitos que clavaron un clavito que pare- ció un puñal para River. Ledesma ganó la posición por la derecha y su despacho aéreo hizo escala en la cabeza de Mouche antes de estacionarse en la red de Vega. Fue la única llegada de Boca en el primer tiempo. Y resultó cien por ciento efectiva. Es que de eso se trata el fútbol, a fin de cuentas.

Y podrá discutirse el estilo de juego que emplea Julio César Falcioni. Sin embargo, le está ofreciendo resultados. Fundamentalmente, por una línea defensiva que prácticamente no muestra fisuras. Atrevido Sánchez Miño, dejó algunos huecos a su espalda. Pero cada vez que se filtraron Carlos Sánchez o Abecasis, siempre hubo un defensor azul y oro para alejar el peligro. Rolando Schiavi, Insaurralde y hasta el pibe Enzo Ruiz cerraron cada centro cruzado. Y la única vez que fallaron, Fernando Cavenaghi, en las narices de Sosa, remató de atropellada por encima del travesaño. Debió haber sido el empate...

River intentó disimular la ausencia de su máxima figura creativa. Sin Alejandro Domínguez, pobló el mediocampo con los buenos pies de Ezequiel Cirigliano y Leonardo Ponzio y hasta sumó a César González. Se buscaron unos a otros. Incluso, Cavenaghi retrocedió unos metros para aceitar el circuito. Pero fueron vanas promesas de amor. Y Boca, mejor parado desde la solidaridad de su mediocampo y contenido por sus centrales, apenas padeció rasguños.

En el segundo tiempo, River apeló a su amor propio. Entonces, no sólo dividió la pelota; también fue desprolijo. Y en un contraataque, casi una especialidad de este Boca, pudo haberlo liquidado. Mouche, rápido, eléctrico, letal, quedó mano a mano con Vega, pero el arquero también estuvo ágil. Almeyda movió el banco. Y llamó la atención que prescindiera de Cirigliano, acaso uno de los más precisos. Apostó a Ponzio como cinco exclusivo, lo cerró al Maestrico y mandó a la cancha a Lucas Ocampos para lastimar por la raya.

Poco sirvió su experimento. River siguió dependiendo de las escaladas de Abecasis y Sánchez, soñando con un milagro de Cavenaghi. Y Boca, que guardó a Schiavi, no extrañó a su veterano zaguero por el aplomo del pibe Sauro. Desesperado, River buscó y buscó. Sin claridad. Y para colmo, Sosa estuvo firme. Para sostener el resultado. Y la fiesta, claro.


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