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viernes, 6 de mayo de 2016

Boca 3 - Cerro Porteño (Paraguay) 1 - Copa Libertadores 2016

BOCA DERROTÓ A CERRO PORTEÑO 3-1
La magia de Tévez puede más que todos los fantasmas
Carlitos fue clave para cerrar la serie con Cerro Porteño con un triunfo. Hizo el primero de penal y, cuando todo se complicaba, abrió las jugadas del segundo y del tercero. El rival en cuartos será Nacional de Uruguay.
La Copa Libertadores es el equivalente a la Champions League en Sudamérica. Poco se le parece salvo en el valor deportivo. En este torneo los chicos vencen a los grandes, los campeones se quedan afuera muy pronto cuando deben defender el título y todo está rodeado, muchas veces, de más mística que fútbol. En ese escenario, hay un muchacho que se viste de azul y oro, lleva un 10 plateado en la espalda y conjuga la magia en los pies con el fuego en el corazón, algo que en Europa vale tanto como el oro. Se llama Carlos Alberto Tévez y es el encargado de conducir la nave de los sueños que nacen en la República de La Boca cobijando a los suyos bajo su manto protector.

Difícil pensar que el partido pudiera complicarse en una Bombonera repleta, con la ventaja de la ida y un penal a favor antes de los dos minutos de partido. Todo eso tuvo Boca de su lado apenas iniciado el pleito. Fue un arranque esperanzador, que al hincha ya lo ponía a pensar en Nacional, y por qué no en Central, y por qué no en San Pablo, o Mineiro, o Atlético Nacional. El cantito iba más allá incluso, volvía a sonar el “vamo’ a traer la Copa a la Argentina” de otras tantas noches gloriosas de Copa.

Diez minutos duró la euforia. Tan sólo diez, que se esfumaron como desaparecía en el aire esa volátil arena que copaba el campo de juego a lo largo y a lo ancho. Y el Apache, figura, también fue claro cuando analizó el juego del equipo: “Entramos dormidos, a pesar del penal, igual sentimos que no estábamos bien”. Y fue claro en que no había excusas: “Muchos no jugamos el fin de semana y estábamos descansados. Hay que sacar un aprendizaje de lo malo que fue el primer tiempo. En estas instancias no nos puede volver a pasar. Tuvimos suerte porque acá te equivocás y pagás”.

Boca se apresuró cuando debió poner la bola bajo la suela y jugar con inteligencia. El partido se hizo entretenido no tanto por la claridad de las llegadas, sino por la sensación de peligro que generaba cada equipo al merodear el área rival.

Es imposible no detenerse en dos factores decisivos para que a Boca todo se le hiciera cuesta arriba. Debía calmarse el equipo y manejar la pelota. Pero a los Mellizos se les fueron cayendo los soldados como piezas de un dominó y tan solo Pablo Pérez quedó entre los jugadores de esas características. Con todo lo que implica ese futbolista en el que conviven el doctor Jekyll y Mister Hyde. Ni Meli como interior ni Erbes desde el círculo central podían hacerse cargo del equipo simplemente porque no están para eso. A Boca, por la coyuntura, no parecía quedarle otra entonces que prepararse para sufrir.

El otro problema fue el estado del pasto. Con arena por todos lados, hasta Carlitos Tévez, acostumbrado a los terrenos del Fuerte Apache desde pibito, tenía problemas para controlar la pelota. ¿Cómo no le iba a costar a los demás? Con desenfado, los paraguayos pusieron a los argentinos contra las cuerdas explotando las espaldas de Jara con Cecilio Domínguez y con Beltrán ganando todo por arriba. El medio pasó a ser una autopista y Boca, de a ratos, tan sólo veía cómo chocaba contra una pared al tiempo que cada rechazo propio terminaba en los pies visitantes.

Con Cerro jugado al ataque, empezaron a aparecer los espacios y así pasó a ser cuestión de que en la Bombonera no ocurriera lo mismo que en el Monumental 24 horas antes: una tenía que entrar. Y fue Pavón, ese pibe que un año antes se “prendió fuego” en River justamente porque es un pibe y recién está empezando, quien lo definió con esa confianza. Lo hizo apuntalado por un pase tras la pausa -esa tan justa y necesaria- y el amague de Tévez, el pilar necesario, el emblema que resiste dolores y que tal vez entra poco en juego, pero que cuando lo hace es para gritar un gol y dar una asistencia y que, además, aporta esa calma en el medio de la tormenta. Es el capitán perfecto para navegar por aguas tan turbias como las de este océano traicionero que es la Copa. Con él y por él, que sostiene una estantería que parecía caerse a pedazos por culpa de las lesiones, Boca sueña con la séptima Libertadores.


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