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miércoles, 22 de julio de 2015

Guaraní (Paraguay) 1 - River 1 - Copa Libertadores 2015

EL RIVAL SALDRÁ DEL DUELO DE HOY ENTRE TIGRES DE MÉXICO E INTER DE BRASIL
River, a la final con autoridad copera
Tras 19 años, jugará por el título de la Libertadores ante Inter o Tigres. Anoche perdía 1-0 y sufría, pero entró Viudez y fue clave: asistió a Alario para el 1-1.
Ya está. La celebración cruzó la frontera: Asunción también es de River. O, al menos, eso es lo que parece en el desenlace de esta noche que todos esos hinchas llegados desde Argentina quieren que dure para siempre. O hasta que llegue la final. El 1-1 ante Guaraní terminó siendo una victoria en la sensación de todos. Este River bravo -equipo con impronta copera- jugará la final de la Libertadores, esa obsesión, por quinta vez en su larga vida de gloria y de conquistas. Hoy conocerá a su rival: Inter de Porto Alegre o Tigres de Monterrey.

La semana pasada, ese martes que se hizo noche y terminó en fiesta millonaria, sucedió la primera parte de este largo partido de 180 minutos. Aquel 2-0 fue el principio feliz. Lo de anoche era, claro, la continuidad. River sabía que no se trataba de una ventaja pequeña. Por los dos goles -por supuesto- y también por la sensación de que un gol de visitante, bajo el cielo de Paraguay, mucho se parecía a la certeza de la clasificación a la final de la Libertadores.

El equipo de Gallardo lo pensó en función de aquella cita reciente y victoriosa. Pero en el buen sentido: con calma, sin ofrecer territorio y pelota, sin inhibiciones, sin renunciar a la aventura de ganar y/o de convertir un gol decisivo.

De todos modos, es cierto: durante el primer cuarto de hora, River se sintió incómodo. Primero, porque Guaraní salió a presionar sin concesiones desde la primera jugada. Segundo, porque le costaba sostener la pelota en su poder por imprecisiones frecuentes de sus intérpretes. Pero en ese tramo, el equipo local no consiguió trasladar esa sensación de superioridad al resultado. Por una cuestión clave que lo acompañó durante casi toda la serie: careció de profundidad.

Lo que continuó a ese inicio fue una nueva muestra de autoridad: River comenzó a jugar como si estuviera en Núñez, al amparo del grito unánime del Monumental. Fue inteligente, cuidó la pelota, se paró unos metros más adelante, se exhibió como un equipo corto, atacó. Le faltó sólo una cosa: convertir. Posibilidades de gol tuvo: un remate de Mora que derivó en un corner; una estupenda combinación entre Carlos Sánchez y Alario; una aparición de Lucho González por la derecha; un tiro cruzado de Pity Martínez... Suficiente artillería como para que el rival comprendiera el mensaje: “Acá está River”.

Pero el fútbol, espacio de asombros a cada paso, tenía un inconveniente para poner en el camino de River. Cuando parecía que tenía todo encaminado, incluso a pesar de perder un poco de posesión en el inicio del segundo tiempo, se encontró con el primer grito de la noche. Un grito ajeno, el de Fernando Fernández, tras un cabezazo en el palo de Palau. Uno a cero en la vuelta. Dos a uno en el global. Y toda la incertidumbre en marcha.

Le costó reaccionar. Siete minutos después de ese gol, Sánchez fue superhéroe por un ratito: evitó el segundo (cabezazo en contra de Mercado) sobre la línea. Otro susto. River se estaba complicando solo. Lo había dejado crecer y creer a Guaraní. Para colmo, a los 26, desperdició una chanche inmejorable casi abajo del arco: Alario cabeceó y Aguilar la mandó al corner.

Pero había más. River tenía otra carta guardada. Otro acierto de Gallardo: el uruguayo Tabaré Viudez. Ese por el que tanto había insistido el entrenador. Y el tipo entró como si hubiera jugado toda su vida en Udaondo y Alcorta. Dueño de la situación. Determinante. Convencido. Metío tres pases de crack. Los dos primeros sacaron a River de su momento traumático. El tercero, jugada de mago, permitió el gol de Alario, tras una impecable definición por encima del arquero. Y garantizó algo mucho más grande: la posibilidad de que River llegue a la final más deseada. Nada menos. Todo eso.


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